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About Eugenia Sacerdote de Lustig
https://it.wikipedia.org/wiki/Eugenia_Sacerdote_de_Lustig
Eugenia Sacerdote de Lustig (Torino, 9 novembre 1910 – Buenos Aires, 27 novembre 2011[1]) è stata una medica e ricercatrice italiana naturalizzata argentina, la prima a sperimentare il vaccino contro la poliomielite in Argentina.
El 30 de noviembre falleció en Buenos Aires la Dra. Eugenia Sacerdote de Lustig. Hace pocos meses anunciábamos un homenaje que la Asociación Amigos de la Universidad Hebrea de Tel Aviv en Argentina le realizaran (ver Homenaje a EUGENIA SACERDOTE DE LUSTIG). A continuación la nota del Diario La Nación de Argentina con el anuncio de su fallecimiento y algunas notas que permiten conocer más sobre la trayectoria y la personalidad de esta gran mujer sefaradí. Son varias notas por lo que le recomendamos leerlas una a una y así conocer a una mujer sefaradí única.
….. Eugenia Sacerdote de Lustig
Eugenia Sacerdote de Lustig
Se fue en un suspiro, mientras conversaba con su hija. El domingo por la tarde, la científica ítalo-argentina Eugenia Sacerdote de Lustig, cuyas investigaciones fueron clave para controlar la epidemia de poliomielitis y que dedicó su vida al estudio de las células vivas, murió en Buenos Aires a los 101 años. Hace dos semanas, había sido distinguida en el Senado de la Nación con la Medalla del Bicentenario.
Fue, junto con su prima hermana Rita Levi Montalcini (Premio Nobel de Medicina 1986 y senadora vitalicia en Italia), una de las primeras mujeres en recibirse de médica en Italia.
Eugenia Sacerdote llegó a la Argentina en 1939, tras dejar su país por las persecuciones raciales del régimen de Benito Mussolini. En la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, se dedicó a investigaciones con el cultivo de células vivas in vitro, técnica que permite el estudio de virus y tumores.
La médica dijo hace algunos años a ANSA que, en el marco de la campaña para introducir la vacuna contra la poliomielitis, “y para dar el ejemplo” se inmunizaron primero ella y sus tres hijos. También recordó en ese diálogo que siempre sintió nostalgia por su país natal, del que añoraba “las montañas” y “las estrellas” del hemisferio Norte, que la habían acompañado en la infancia.
También evocó que, a poco de nacer en Italia su primera hija, una mañana leyó en el diario las decisiones de Mussolini contra los judíos y que a causa de ese duro golpe emocional, “dejó de tener leche para amamantar”.
Con su marido, que trabajaba en la empresa Pirelli, viajaron primero a Brasil y luego a la Argentina. Se comunicaba con su prima hermana “todas las semanas”, en un vínculo estrecho de dos personalidades de la misma edad y ambas dedicadas a la ciencia.
Investigadora del Conicet y jefa de Virología del Instituto Malbrán, trabajó hasta los 80 años, cuando comenzó a perder la visión, aunque siguió dialogando con sus discípulos y manteniendo una intensa actividad intelectual a partir de las lecturas que amigos y estudiantes hacían para ella.
Fuente: Diario La Nacion 30/11/2011
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Homenaje de la Asociación Amigos de la Universidad de Tel Aviv en Argentina a Eugenia Sacerdote de Lustig el 14 de julio de 2011
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Quien es Eugenia Sacerdote de Lustig
Tuvo que engañar a su madre diciendo que estudiaría matemática cuando en realidad se había inscripto en Medicina, en Italia. Las leyes antisemitas impuestas por Mussolini la obligaron a emigrar junto con su familia a la Argentina donde se destacó por sus investigaciones en histología. Afectuosa, optimista, cálida, próxima a cumplir 97 y con una energía que le hace gambetas a su casi ceguera, relata su conmovedora historia de vida y actividad científica.
Abre la puerta de su departamento del barrio de Belgrano sonriente y gentil, desafiando a una progresiva ceguera que ya no le permite trabajar con su fiel compañero: el microscopio, elemental instrumento que le ayudó a realizar tantas investigaciones de avanzada. “Me muevo libremente por mi casa porque la conozco de memoria, pero desde hace 7 años no puedo hacer nada, la falta de visión me lo impide cada vez más”, se lamenta la doctora Eugenia Sacerdote de Lustig.
Pero sólo unos segundos dura su angustia. Con un ademán, como para apartar el problema que permanente la acucia, se arellana en su sillón favorito cerca de los amplios e iluminados ventanales del living de su hogar e invita a hacer lo mismo, mientras se dispone con un ánimo que entusiasma a evocar su dificultosa, exitosa, ajetreada y extensa trayectoria de vida.
Del Liceo Femenino a doctora en Medicina
No fue fácil para Eugenia (del griego bien nacida como se ocupó de inculcarle su padre) ser mujer, judía y querer ser científica durante la Italia fascista. La primera dificultad que tuvo que enfrentar fue anhelar obtener el título del liceo científico, el único que permitía el ingreso a la facultad.
“En mí adolescencia, estudiar ciencia era para los varones. Las mujeres nos preparábamos en el Liceo Femenino que nos formaba en idiomas, historia y literatura. También en confeccionar primorosos ajuares de bebé que siempre me salían defectuosos y me colocaban al borde de desaprobar manualidades”, evoca risueña.
“Con mi prima Rita -continúa- habíamos decidido que queríamos seguir la carrera de medicina para lo que debíamos prepararnos en latín, griego, matemática, física, química y filosofía. Le dedicamos 12 horas por día durante un año al estudio de estas disciplinas bajo la tutoría de un riguroso profesor que aceptó enseñarnos dada nuestra persistencia”. El esfuerzo dio sus frutos y luego de aprobar exigentes exámenes escritos y orales del latín al italiano, del griego al italiano y viceversa, además de las materias exactas, lograron su objetivo.
A su familia prefirió decirles que estudiaba matemática, seguramente una carrera que le pareció sería menos preocupante para su madre, viuda desde muy joven y responsable de su crianza junto con dos hermanos varones mayores. “Pero, finalmente, cuando un día vio que traía a mi casa huesos humanos para estudiarlos tuve que decirle la verdad a mi madre quien poco a poco lo digirió”, agrega con un gesto de alivio, semejante seguramente al que sintió en ese momento.
Superar el primer año de la carrera fue un desafío de género. Eran 4 mujeres entre 500 varones, quienes les gastaban todo tipo de bromas pesadas para disuadirlas de su pretensión. Pero Eugenia y Rita no se amilanaron y para evitar las golpizas varias, tirones de pelo, robo de sombreros y de abrigos a que eran sometidas antes de entrar al aula lograron que el portero las dejara ingresar por una puerta trasera de modo de estar ya estaban sentadas en sus lugares cuando llegaba el profesor y así los compañeros no podían agredirlas.
“Después mejoró un poco el trato hasta que finalmente completé la carrera y tuve que defender mi tesis doctoral…¡llevando una blusa, que me prestó una amiga, oscura y con el distintivo fascista!¡Fue la única manera de poder rendirla!”, se exalta aún al recordarlo.
Alcanzó a trabajar muy poco en clínica médica: apenas las prácticas en el ambulatorio del hospital. Un día entró un ciclista que se había caído y lastimado, la miró y le dijo: “¿Puede llamar a un médico de verdad?”. No podía creer que ella fuese médica. “Así era la idea pública de la mujer. Era una mentalidad muy difícil de vencer. La guerra cambió todo: cuando se dieron cuenta de que las mujeres debían ocupar el lugar de los hombres vieron la importancia que podían tener. Antes era una sociedad completamente masculina, todo estaba hecho para los hombres”, reflexiona Sacerdote de Lustig.
Al año que se recibió Mussolini comenzó con las leyes raciales y como judía no pudo ejercer más en Italia su flamante profesión.
De los Alpes al Río de la Plata
Eugenia Sacerdote conoció a su marido, Maurizio Lustig, un ingeniero que trabajaba para la empresa Pirelli, mientras estudiaba la carrera de medicina y concurría durante el mes de agosto para hacer prácticas en un Instituto Internacional de Alta Montaña que estaba en el Monte Rosa de los Alpes y que dependía de la Cátedra de Fisiología de la Universidad de Turín.
Allí se estudiaba el efecto sobre el organismo humano de la falta de oxígeno ocasionada por la altura., tema que inquietaba a la aeronáutica italiana. Maurizio vivía en Roma y era primo del director de este Instituto y en unas vacaciones de verano fue a visitarlo. La encargada de hacer el recorrido por las instalaciones fue Eugenia. “Me preguntó sobre todo a tal punto que me hizo comentarle al director ¡cómo se interesó este muchacho por lo que hacemos!”. Al poco tiempo “el preguntón” la fue a visitar a su casa, comenzaron a ser novios y se casaron.
En 1939, cuando su primogénita Livia tenía un año, los dirigentes de Pirelli se vieron obligados a despedir al ingeniero Lustig por ser judío. Luego le dieron la oportunidad de radicarse en Argentina donde la empresa pensaba instalar una fundidora de cobre.
“En agosto de ese mismo año emigramos para acá. Pero a los pocos meses Italia se plegó a la Segunda Guerra Mundial y no pudo salir ningún barco más por lo que las maquinarias para instalar la fundidora no llegaron. Entonces, Pirelli le ofreció a mi marido ir a trabajar a Sao Paulo donde tenían una fábrica ya funcionando. Así que él se fue para Brasil y yo me quedé en Buenos Aires esperando que llegaran en un conteiner desde Roma mis muebles y demás pertenencias, sola con mi beba, sin conocer a nadie, sin poder hacer nada, sin saber español, ignorando qué sería de mi madre y hermanos…”, relata conmovida.
Todo lo que sabía de su esposo era la dirección de dónde estaba en Sao Paulo por un telegrama que le envió. Así estuvo 2 meses hasta que llegó el conteiner y pudo viajar a Brasil a reunirse con su marido. Aproximadamente al año y medio de estar allí llegaron a Buenos Aires las maquinarias que enviaba Pirelli, pero desde Estados Unidos, ya que la guerra se había extendido. El matrimonio, ahora con dos hijos ya que había nacido su primer hijo varón, regresó a nuestro país.
Su especialidad: el cultivo “in vitro” de células
Al poco tiempo llegó también a la Argentina el hermano del ingeniero Lustig con su esposa e hijos. “Por razones económicas, ya que el único que ganaba algo era mi marido, vinieron a vivir a nuestra casa y compartimos un departamento que alquilábamos en la calle Chirimay del barrio de Caballito en el año 1943”, puntualiza la científica. Fue recién entonces cuando pudo comenzar a pensar en trabajar.
“Yo llevaba mis hijos y sobrinos a la mañana al Parque Chacabuco, al mediodía se los dejaba a mi cuñada y a la tarde empecé a ir a la biblioteca de la Facultad de Medicina, que en ese entonces estaba donde se encuentra ahora la Facultad de Ciencias Económicas. Así, preguntándole a la bibliotecaria llegué a la Cátedra de Histología que estaba funcionando, mientras se terminaba la nueva sede de la Facultad de Medicina de la calle Paraguay, en un horrible conventillo ubicado en Cangallo y Pasteur. Allí me ofrecí para investigar sobre histología, tema de mi tesis doctoral”, continúa relatando haciendo gala de su prodigiosa memoria.
“Si bien el profesor a cargo de la cátedra no se interesó para nada con mi especialidad que es el cultivo de células en vivo, porque aquí todavía no se conocía, me ofreció una mesa y una silla para que trabajara, nada más. Pero la observación de estos materiales debía hacerlo en un medio estéril. Así que como pude me preparé una cajita que cumplía con estas condiciones para tener material para trabajar compraba una gallina, le sacaba sangre del ala, y con este suero investigaba”, explica sencillamente.
A los dos años aproximadamente se terminó de construir el nuevo edifico de la Facultad de Medicina y la Cátedra de Histología Embriológica se ubicó en el segundo piso. Ahora ya Lustig estaba instalada en un lugar nuevo y limpio pero su único estipendio continuaba siendo el remanente de un subsidio que recibía la Cátedra para reponer la vidriería. “Yo cuidaba que no se rompiera nada así me quedaba ese dinero”, cuenta. Pero fue a partir de entonces que pudo conocer a los profesores Houssay, De Robertis, Mendez, algunos de los más destacados especialistas en el estudio de los tejidos humanos y cuando debido a que un asistente del grupo emigró a los Estados Unidos obtuvo un contrato que le permitió cobrar su primer sueldo.
En 1947 Juan Domingo Perón echó de la cátedra a Bernardo Houssay y por solidaridad renunciaron todos los miembros del equipo. “En su reemplazo enviaron a un profesor que le llamaban Flor de Ceibo porque llegaba, daba su materia y se retiraba. No se interesaba por nada, ni por los materiales que se preparaban ni por quiénes trabajaban en la cátedra. Además, yo no podía ni hablar porque si se daban cuenta que era extranjera corría el riesgo de que me expulsaran del país”, reconoce angustiada.
Su salvación llegó de la mano del Dr. Brachetto Brian, Director del Instituto de Oncología Roffo quien le propuso trabajar con él investigando el cáncer. “Quería saber cómo se dividían las células tumorales. Si eran varios núcleos o si era el mismo núcleo el que se dividía. Así comencé mi tarea de investigadora en el área de investigación básica en oncología de este Instituto donde continué hasta el año 2000”, explica animosa.
Y una anécdota aparece en el recuerdo. “Yo necesitaba más espacio para trabajar y había un cuarto al lado de mi laboratorio que me hubiera venido muy bien pero estaba cerrado y nadie podía entrar allí. En esa habitación estaba encerrada una caja fuerte, de la que se había perdido la llave, que tenía en su interior un cristal radiactivo que Madame Curie le había regalado al Dr. Roffo cuando vino invitada por él a dar una conferencia en Buenos Aires. Tuvimos que buscar en la cárcel a un ladrón experto en abrir cajas fuertes para extraer el cristal que se llevó la Comisión de Energía Atómica, previo eliminar las radiaciones del lugar”. Es el laboratorio que sigue en pie hasta hoy.
En 1950 el Director de la Sección de Virología del Instituto Malbrán, el Dr. Armando Parodi, quien venía de especializarse en virus en Estados Unidos, la interesó para crear un Departamento de Bacteriología para estudiar estos microorganismos de los que recién se comenzaba a hablar. Él sabía que para estudiar los virus se necesitaba hacerlo con células vivas, tarea en la que la Dra. Lustig había sido pionera en la Argentina.
“Entonces comencé a trabajar hasta al mediodía en el Roffo, luego me iba a mi casa a darle de mamar a mi tercer hijo, Mauro, quien era recién nacido a las 2 de la tarde me pasaba a buscar el Dr. Parodi e íbamos para el Malbrán”, relata sin estridencias. Eugenia no sabía nada sobre virus pero buscó libros, estudió todo lo que pudo y montó allí la Sección de Cultivos de Tejidos. “Tuve que inventar la virología”, reconoce.
Al cabo de un tiempo a Parodi le ofrecieron un importante cargo público en Montevideo y se fue para Uruguay. Por lo que quedó únicamente en manos de la Dra. Lustig todo el Departamento de Histología del Instituto Malbrán.
Cuando en 1952 comenzó en nuestro país la terrible epidemia de poliomielitis la investigadora estaba de vacaciones en Pinamar y el Ministro de Salud Pública la mandó llamar urgente. La epidemia avanzaba a un paso alarmante. No existía la vacuna y había que realizar entre 60 ó 70 diagnósticos por día.
“La desgracia es que el virus de la poliomielitis crece solamente sobre célula humana o sobre célula del mono rhesus que se encuentra en la India, aquí no hay. Por lo que la única forma de poder hacer diagnóstico de todos los enfermos que me llegaban diariamente era sobre tejido humano. ¿Qué podía hacer? Se me ocurrió recurrir a los restos de abortos que pudiera haber en las maternidades. A la mañana las recorría y en las heladeras algo encontraba. Llevaba un frasco grande estéril y colocaba estos trozos. Luego rápidamente, manejando mi coche, tratando que ningún policía me viera transportando restos humanos, corría al Malbrán. Allí cultivábamos in vitro estas células fetales que al día siguiente ya habían crecido lo suficiente como para poder ponerlas en contacto con el material a investigar y en 24 ó 48 horas dar un diagnóstico preciso”, se explaya la médica.
“Tenía un miedo terrible de infectarme yo y que se infectara todo el personal. Cada día trabajaba hasta medianoche con mi técnica, Catalina, con quien todavía estoy en contacto. Cuando terminábamos poníamos todo el material que habíamos usado en el jardín del Malbrán, le echábamos nafta y prendíamos fuego, porque temíamos que a la mañana siguiente la persona que iba a limpiar tocara algo y se infectara. Después me cambiaba de pies a cabeza para irme a casa. Hasta los zapatos. Tenía terror de infectar a mis hijos”, se espanta todavía hoy.
Tan grande era el miedo que al fin decidió mandarlos a Montevideo por seis meses, donde un primo lejano aceptó recibirlos. Ella viajaba a verlos cada sábado en avión y volvía el domingo a la noche.
Poco después se oyeron las primeras alentadoras noticias de la vacuna Salk. Eugenia fue becada por la OMS junto con investigadores de distintas partes del mundo para ir a Estados Unidos y Canadá, a estudiar los efectos de esa vacuna.
En aquel viaje logró encontrarse por unas horas con su prima Rita Levi Montalcini, su compañera de estudios de medicina en Turín a quien llevaba catorce años sin ver.
“Me tomé un avión desde Atlanta a Saint Louis, estuve con ella una noche y llegué a tiempo para poder ir al laboratorio a la mañana siguiente”. Rita, un año mayor que ella, había emigrado a los Estados Unidos y estaba trabajando en la Universidad de Washington como especialista en neurocirugía.
A su regreso, Lustig impulsó el uso de la vacuna Salk. Si bien aún no había sido autorizada por el Ministerio de Salud, decidió vacunar a sus propios hijos para dar el ejemplo y ella misma se la aplicó a los primeros chicos que se acercaron al Malbrán. Tiempo después, y ya hacia el final de la epidemia, un enfrentamiento gremial terminó con su trabajo allí. Había caído Perón y un sector de los empleados del instituto resistían al científico que había sido nombrado como jefe. “Estaban de huelga. Yo quise entrar porque aún había casos de polio y tenía diagnósticos para hacer, pero no me dejaron. Les dije: entro igual, hago los diagnósticos y me voy. Entonces me tiraron un cajón enorme sobre un pie, que se me fisuró. Estuve más de un mes con yeso. Al día siguiente, renuncié”, cuenta con dolor.
La noche de los bastones largos
Lustig pudo recién hacer reconocer su título durante el gobierno del Dr. Arturo Frondizi cuando su hermano, Risieri Frondizi, a la sazón rector de la Universidad de Buenos Aires renovó en 1957 los concursos y pudo presentarse para la cátedra de Biología Celular en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, aunque no había revalidado su título. Ganó el concurso y al día siguiente recibió en su casa el diploma italiano que había presentado, con el agregado: “Se reconoce el título”.
Su carrera académica terminó de manera drástica. Fue el 29 de julio de 1966, en la fatídica noche de los bastones largos, cuando asumió al gobierno el general Onganía. “Me dijeron mis compañeros de cátedra que a las 19 iba a haber una reunión importante con el decano para discutir la situación política porque se anunciaba un golpe militar. Yo quise avisar a mi casa que llegaría tarde y como el teléfono de la facultad de no funcionaba me corrí hasta el bar Querandí para hablar. Cuando volvía, vi que se estaban llevando a todos los profesores, a Sadosky, a Rolando García. Me salvé de ser detenida por ese llamado. Entonces me tomé el colectivo y me fui a mi casa. Después renuncié. Como verá me han echado varias veces durante mi carrera”, bromea apelando a su sentido del humor.
Siguió trabajando en el Roffo como investigadora del Conicet luego de ser convocada por el Dr. Houssay y donde recorrió toda la carrera durante cuarenta años hasta ser nombrada investigadora emérita.
En 1970 murió Maurizio. Al jubilarse había caído en una profunda depresión. Lo sometieron a una cura de sueño, un método en boga en aquella época, que pareció hacerle bien. Pero días después su corazón falló. Fue un golpe difícil de asimilar para Eugenia en un momento en que dos de sus hijos ya habían partido. Poco después, sin embargo, volvió a trabajar al Roffo y ganó un concurso recién creado para el Departamento de Investigación Oncológica.
Eugenia Sacerdote trabajó hasta que sus ojos se lo permitieron y hasta hace poco investigaba sobre la relación del Mal de Alzheimer y el cáncer: Produjo muchos artículos, recibió premios y nunca le gustó hablar demasiado de los honores. Hace un año decidió grabar sus recuerdos: quería dejar un testimonio de su vida para sus nietos, que supieran cómo fue la Italia del fascismo. Pero lo que iba a ser un texto familiar fue pasando de manos y se convirtió en un pequeño libro: De los Alpes al Río de la Plata, editado por Leviatán.
Tiene un equipo de música junto al sillón, donde oye libros con la misma voracidad con la que antes leía. Primero acudió a la biblioteca de ciegos argentina, pero dice que allí sólo tienen 600 títulos y ya agotó todo lo que le interesaba. Entonces recurrió a la italiana, que incluye diez mil volúmenes. Periódicamente recibe una caja con casetes, que son para ella una fiesta. También le envían la grabación de una revista científica italiana, que la mantiene actualizada. “Me interesa mucho la historia. Ahora estaba curiosa por conocer la Historia del Islam. Se tan poco sobre este tema”, aclara y la avidez por el conocimiento se trasunta en la expresión.
También recibe todos los jueves a la tarde a una amiga que la visita para leerle información que le interesa. “Me adelantó que esta semana me iba a traer una revista científica que tiene un trabajo reciente sobre el Mal de Alzheimer” y todos los domingos la llama su prima Rita, quien en 1986 obtuviera el Premio Nobel por sus descubrimientos del factor nervioso del crecimiento y que fuera nombrada senadora vitalicia. “Ahora está de vacaciones en los Apeninos, pero no se queda más de 10 días porque sigue investigando en el Instituto que le instalara el gobierno italiano cuando ganó el Nobel”, narra entusiasta.
“Ayer me presentaron a mi primera biznieta”, cuenta y los ojos parece que se le iluminaran. De sus tres hijos, Livia únicamente siguió sus pasos de investigadora. Los dos varones son ingenieros, el mayor, Leonardo, es agrónomo y vive en General Roca donde se dedica a la producción de peras y manzanas junto a su hija y yerno que también son agrónomos.
De sus nueve nietos uno siguió la carrera de biología, pero no le interesa investigar, rehúsa estar encerrado en un laboratorio “aunque lo mandé al Roffo y al Malbrán, pero no hay caso”, se lamenta.
Me voy con una promesa: volveré para leerle la entrevista cuando salga publicada. Eugenia, cordial y amistosa, me despide hasta entonces. No me cabe duda: los ángeles existen y algunos están sobre la tierra.
Fuente: Universia
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Premios obtenidos
1967 – Premio “Mujer del Año de Ciencias”.
1977 – Premio A. Noceti y A. Tiscornia de la Academia Nacional de Medicina.
1978 – Premio Benjamín Ceriani por la Sociedad de Cirugía Torácica
1979 – Premio otorgado por la Sociedad de Citología
1983 – Diploma al mérito en genética y citología de la Fundación Konex
1984 – Premio Barón otorgado por el Lalcec
1988 – Premio Alicia Moreau de Justo
1991 – Premio José Manuel Estrada otorgado por el Arzobispado de Buenos Aires
1991 – Premio Trébol de Plata por el Rotary International.
1992 – Premio Hipócrates a la Medicina otorgado por la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires
2003 – Mención especial en ciencia y tecnología de la Fundación Konex
2004 – “Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”
2011 – “Medalla Conmemorativa del Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010”, del Senado de la Nación Argentina, por su trayectoria científica.
Fuente: Wikipedia
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Eugenia Sacerdote de Lustig
Nació en Turín, Italia, el 9 de Noviembre de 1910. Treinta años después llegó a nuestro país escapando del fascismo. Su vida nunca fue fácil. Creció en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Su padre murió de leucemia cuando ella tenía apenas 9 años. En Europa fue discriminada por ser judía y en la Argentina vivió de cerca la Noche de los Bastones Largos. Declarada en septiembre de 1996 Ciudadana Ilustre de Buenos Aires, esta científica del CONICET que estudió el cáncer, la poliomielitis y, en los últimos años, el Mal de Alzheimer, continúa investigando en el Instituto de Oncología Angel Roffo, su lugar de trabajo desde hace casi medio siglo.
Una vez aquí en Buenos Aires, ¿Cómo fue su incorporación al trabajo profesional?
Estuve tres años sin hacer nada. Vine con una hijita de un año y después nacieron los dos varones. Estaba muy sola y sin ningún familiar cerca. Cuando los chicos comenzaron a ir al colegio, comencé a trabajar medio día en la Cátedra de Histología de la Facultad de Medicina. Era un horrible conventillo que se llovía por todas partes.
También trabajó en el viejo edificio de Exactas…
Sí, estuve allí diez años. Pero primero pasé diez años en el Instituto Malbrán, en el Departamento de Virología. Por un problema que tuve al no querer dejar de trabajar en una huelga, me fracturaron el pie y presenté mi renuncia. En aquel entonces, la Universidad de Buenos Aires pasaba por un momento óptimo, y el rector Risieri Frondizi había abierto los concursos docentes de la Facultad de Ciencias Exactas y de Medicina para renovar los cargos; entonces me presenté. Pude ganar un concurso para la Cátedra de Biología Celular, así empecé a trabajar en el viejo edificio de la calle Perú. Además mantenía mi puesto ad honorem en el Instituto Angel Roffo, en donde realizábamos las prácticas con los alumnos de Exactas. Trabajé nueve años, hasta el ’66. Unas horas antes de la Noche de los Bastones Largos, el decano, Rolando García, nos reunió a todos los investigadores para avisarnos que se iba a dar un golpe militar. En éste, se llevaron al decano Manuel Sadosky y a muchos de mis amigos. Después de esto renuncié. Al cabo de un tiempo, cuando Medicina creó el Departamento de Investigación, me presenté a concurso y obtuve la jefatura. Estuve a cargo del puesto hasta que me jubilé y ahora sigo trabajando como huésped.
¿Trabajó en investigación en Italia?
Cuando era estudiante, durante dos años, mientras preparaba mi tesis. Recuerdo que cuando tuve que defenderla la pasé muy mal porque no sabía que ante el jurado había que estar vestida con uniforme fascista y por suerte a último momento me prestaron una camisa azul oscuro que parecía negro, así sólo me pude presentar.
¿Y cómo nació en usted su vocación?
Yo estudié en un liceo femenino que no me daba la posibilidad de ingresar a la universidad; no tenía matemática, ni química, ni física. Así que a los 17 años me encontré con que pese a haber terminado el liceo, no podía hacer nada. Luego mi hermano tuvo un accidente y yo lo cuidé durante tres meses en el hospital. En ese momento me nacieron las ganas de estudiar medicina. Para poder ingresar a la universidad, comencé a estudiar lo que me hacía falta junto con mi prima Rita Levi Montalcini, quien más tarde ganó el Premio Nobel de Medicina. Hasta tuvimos que aprender latín y griego. Pero nos esforzamos y pudimos aprobar todas las materias libres, y con los mejores promedios.
¿Llegó a ejercer la medicina?
Sí, fue en Italia, pero por muy poco tiempo. En realidad yo quería dedicarme a la neurología, conversando también la parta de investigación, pero no pude. Mi carrera duró un año hasta que me rompieron en dos el carnet de medicina porque era judía y los judíos no tenían derecho a curar a nadie. Al año siguiente dejé Italia.
¿Y en Argentina qué pasó?
Cuando llegué no sólo no me reconocían el título de Medicina, sino que ni siquiera me reconocían el primario, y debía estudiar historia y geografía argentina para rendir examen. Como nacieron mis dos hijos no tuve tiempo para eso. Pero, cuando me presenté a concurso en la época del rector Frondizi, sí reconocieron mis estudios. Para ese entonces ya había perdido práctica médica, así que descarté la clínica y me dediqué de lleno a la investigación. Esa decisión fue también un poco forzada.
Fuente: Revista Viva del Diario Clarín.
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Eugenia Sacerdote de Lustig, una mente brillante que acaba de cumplir 100 años
Es italiana, pero llegó a la Argentina escapando de Mussolini. Acá introdujo la técnica de cultivo de tejidos y fue la primera en ponerse la vacuna contra la polio. Una vida de película.
Por Luciana Díaz Lúcida. Perdió la vista hace 10 años, pero sigue informada gracias a gente que le va a leer a su casa.
Lúcida. Perdió la vista hace 10 años, pero sigue informada gracias a gente que le va a leer a su casa.
Se recibió de médica en la década del 30, cuando para las mujeres la universidad era un ámbito casi prohibido. En 1939 dejó su Italia natal escapando del régimen de Benito Mussolini y llegó a la Argentina con su marido y una hija de un año. Aquí al principio no le reconocieron ni la escuela primaria, pero con los años consiguió hacerse un lugar en lo más alto de la ciencia nacional: no sólo fue quien introdujo en el país la técnica del cultivo de tejidos, sino que además fue la primera persona en aplicarse la vacuna contra la poliomielitis, como una manera de demostrar que era inocua y un arma clave para frenar a una epidemia que estaba causando estragos. Luego se dedicó al estudio de las células tumorales desde el Instituto Angel Roffo, su segundo hogar por más de cuarenta años.
El martes 9, Eugenia Sacerdote de Lustig –“la doctora Lustig”– cumplió 100 años y PERFIL la visitó en su departamento de Belgrano. Un diálogo con historia, enmarcado en la permanente añoranza de lo que no volverá: la vista que perdió diez años atrás por un tumor ocular.
Dos enormes arreglos florales sobre la mesa son la única señal de que en esa casa ocurrió un evento importante. La cumpleañera confiesa que para ella sumar 100 años no significa nada especial. Sin embargo, su familia –tres hijos, nueve nietos, cuatro bisnietos, sobrinos– no piensa lo mismo y esta noche la agasajará con una fiesta en un salón.
Sentada en una de las sillas de su living, al lado del grabador en el que durante horas escucha los casetes que le envían desde una biblioteca para ciegos de Italia, la charla con Lustig sólo será interrumpida por el sorprendente sonido de un gallo: su reloj pulsera, que luego le dice la hora. “Es la única forma de saber qué hora es, porque no veo nada”, aclara. La ex directora de Virología del Instituto Malbrán no se acostumbra a la ceguera. “No conozco la cara de mis bisnietos. De los nietos todavía me acuerdo, pero los dejé de ver cuando eran chicos y ahora son hombres y mujeres y ya no sé qué cara tienen”, suelta con melancolía. La tristeza desaparece cada vez que recuerda con picardía sus hazañas en un mundo de hombres.
—¿Por qué siendo médica nunca ejerció le medicina?
—Me interesaba más la investigación; además, para una mujer era muy difícil atender pacientes. Cuando yo estudié, éramos sólo cuatro mujeres entre 500 hombres. No se puede imaginar las cosas terribles que hemos pasado. Para entrar a la clase de anatomía debíamos atravesar un largo pasillo donde nuestros compañeros se ponían en fila y nos sacaban el sombrero, los guantes, nos tiraban de todo. Como el portero de la facultad vivía en el mismo edificio, pero en vez de entrar a su casa por la puerta principal lo hacía por una lateral, decidimos darle una propina para que nos dejara entrar por ahí.
Casada con Murizio Lustig, un ingeniero que trabajaba en Pirelli (la empresa les ofreció el traslado a la Argentina), la médica logró su primer reconocimiento en el país debido a la poliomielitis, en los 50. “El jefe de Virología del Instituto Malbrán se enteró de que yo mantenía las células vivas (había aprendido la técnica en Italia) y me llevó porque necesitaba cultivar el virus de la polio para hacer el diagnóstico. Fue mi primer trabajo pago. La célula humana crece muy bien in vitro si son células embrionarias, entonces yo todas las mañanas iba por las maternidades de Buenos Aires buscando fetos y los llevaba al Malbrán. Luego de hacer el cultivo, lo infectaba con el material que me mandaban de los enfermos. Podía hacer el diagnóstico en 24 horas.
Luego fue enviada a EE.UU. para aprender sobre la flamante vacuna y, al llegar, vacunó públicamente a sus hijos. “La gente tenía mucho miedo y yo sabía que era la única solución. Fue difícil convencer a la gente.”
—¿Sigue al tanto de los papers que se publican?
—No puedo. Aunque tengo gente que me lee diarios y libros, no son científicos. Eso lo extraño mucho. Tengo que leer cuentos. No puedo leer ciencia.
Una prima famosa y centenaria
La doctora Lustig no es la única de su familia con genes longevos. En Italia, su prima ya cumplió los 101. Y no se trata de una prima cualquiera. Es ni más ni menos que Rita Levi Montalcini, una reconocida neuróloga que ganó el Premio Nobel de Medicina en 1986 por haber descubierto el Factor de Crecimiento Nervioso (NGF).
Levi Montalcini, que a pesar de su edad sigue yendo al European Brain Research Institute, el instituto que creó en Roma, es, además, la compañera de ruta de Lustig, a pesar de los kilómetros que las separaron. Las dos estudiaron juntas la carrera de Medicina y dieron sus primeros pasos en la famosa cátedra de Histología de la Universidad de Turín. La diferencia es que con la llegada de Mussolini y su persecución a los judíos, una siguió su carrera en los EE.UU. y no se casó ni tuvo hijos; la otra se tomó un barco con su marido y beba de un año y vino a la Argentina (acá tuvo dos hijos más). Si bien Lustig logró un gran reconocimiento en la Argentina, no obtuvo una proyección internacional como la de su prima o sus otros compañeros de la cátedra de Histología que dirigía el prestigioso Guiseppe Levi: cinco de ellos fueron galardonados con el premio de la reconocida Academia Sueca.
Separadas por la distancia y sus trabajos, Lustig y Levi Montalcini (senadora vitalicia en su país) no se vieron durante treinta años. Hoy charlan por teléfono todos los fines de semana. “Hablamos básicamente de la familia y ella me cuenta cosas de su laboratorio. Yo no tengo mucho para contar”, se lamenta.
Fuente: Edición impresa del Diario Perfil 14/11/2010
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A los 101 años de edad, el Senado de la Nación distinguió a Eugenia S. de Lustig con la Medalla del Bicentenario por su trayectoria científica.
Por María Eugenia Estenssoro / 15 de November de 2011
Hoy el Senado de la Nación rindió homenaje a la Dra. Eugenia Sacerdote de Lustig por su trayectoria como científica y como mujer. En el acto, hicimos entrega de la Medalla Conmemorativa del Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010, que concede el Senado de la Nación a personalidades distinguidas de la República Argentina, en reconocimiento a la trayectoria.
La resolución de entrega de la distinción, impulsada por propia iniciativa, contó con el acompañamiento de las Senadoras Montero, Riofrío, Meabe, Higonet, Corregido, Díaz, Bortolozzi, Fellner, Monllau, Morandini (presente en el evento) e Iturrez de Cappellini, todas miembros integrantes de la Comisión de la Banca de la Mujer.
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A continuación, comparto con ustedes mi discurso:
“Muchísimas gracias por estar con nosotros en el Senado de la Nación compartiendo esta hermosa mañana y este hermoso homenaje.
“¿Cuántas personas llegan a vivir, o se animan a vivir hasta 101 años? ¿Cuántas personas, y en especial mujeres de 101 años, han sido homenajeadas por el Senado argentino? Pocas, muy pocas.
“Hace unos días nos encontramos con Eugenia en su departamento y filmamos un pequeño video donde le hacía entrega de la Medalla del Bicentenario porque, inicialmente, ella pensaba que no iba a poder venir. Pero acá está firme, presente, con todos nosotros. Y este es un gesto que la pinta de cuerpo entero. Porque la historia de Eugenia Lustig es la historia de una mujer imparable, con arrojo, vocación y compromiso irrefrenables.”Esto es lo que me transmitió no solo en el encuentro que tuvimos recientemente, sino en un entrevista que le hice hace 15 años, cuando ella todavía trabajaba en su laboratorio a los 80 y pico, ¿se imaginan?. Y yo era periodista.
“Hoy estamos homenajeando ese arrojo, ese compromiso, esa vocación tan profunda que la llevó a atravesar barreras y obstáculos que habrían acobardado a la mayoría de nosotros antes de comenzar.
“Eugenia terminó el colegio y supo que quería estudiar medicina. Pero ¿cómo iba a hacer si las mujeres no estudiaban en esa época? Entonces habló con su prima, Rita Levi -que también quería ser médica y que es Premio Nobel-, y tramaron cómo entrar a la Universidad porque habían recibido una educación para señoritas que no las preparaba, que les impedía acudir.
“Cuando se recibió como una de las primeras mujeres médicas de Italia -toda una proeza- y comenzó a trabajar en investigación, que es lo que le gustaba, Mussolini dictó leyes raciales antisemitas que impedían trabajar a los judíos. Así, Eugenia y su marido tuvieron que huir y llegaron a Argentina en 1939, con una pequeña hija.
“Eugenia dejó su familia, sus afectos y su historia en Europa. No hablaba el idioma ni conocía a nadie. Tenía que cuidar a su pequeña hija y luego a otros 2 más.Eso habría terminado con cualquier vocación. Pero no la de Eugenia Lustig.
“Una vez que la familia se estabilizó, y en este sentido -estoy segura de que ella querrá que brindemos también un reconocimiento a su cuñada quien la ayudó a criar a sus tres hijos-, Eugenia empezó a ir a la biblioteca de la Facultad deMedicina.
‘…En esa época estaba en la Avenida Córdoba, donde ahora funciona la Facultad de Ciencias Económicas. Yo no conocía a nadie. Empecé a hablar con la bibliotecaria, que era muy simpática, muy amable y me ayudaba mucho. Yo le preguntaba: “¿Dónde está la cátedra de Anatomía? ¿Dónde está la cátedra de Fisiología? ¿Cómo es el nombre del profesor de tal materia? Y así me iba enterando e iba anotando todo, hasta el día que le pregunté por la cátedra de Histología, que era la que a mí realmente me interesaba. Fui directamente a la Cátedra de Histología y me presenté diciendo ‘Yo sé hacer cultivo de células vivas’. ‘Ah bueno, si usted quiere una silla y una mesa, se la podemos dar’, me contestaron…”“Sin cargo, sin pedir nada a cambio, por amor, la Dra Lustig introdujo en el país el cultivo de células vivas in vitro. Ella iba al mercado a la mañana, compraba una gallina y, ayudada por un portero, la mataba para extraer células vivas para sus estudios. A medida que fue mostrando su talento llegó a conocer a Bernardo Houssay quien ya era una eminencia.
“Cuando se desató la epidemia de poliomielitis en nuestro país, Eugenia Lustig desempeñó un papel protagónico. Era Jefa de Virología del Instituto y ‘…la Organización Mundial de la Salud me mandó a Estados Unidos porque recién se empezaba a hablar de una posible vacuna que estaba preparando el profesor Jonas Salk…’
‘…Trabajábamos en una especie de campamento con un grupo grande de médicos de todas partes del mundo. Cerca había un lugar que parecía un jardín de infantes de lujo, con bananas, música funcional y ahí estaban los monitos, lindísimos, pero después los teníamos que inocular con el virus de la poliomielitis. Y, al día siguiente, había que matarlos y debíamos ponernos a estudiar toda la médula dorsal y el cerebro para ver la vacuna servía o no. Me daban pena esos monitos Rhesus de la India. Después me mandaron a Canadá y allí no había monos de la India sino del África. Estos monos eran más altos que un hombre y yo me encontraba completamente perdida, porque cada vez que le tomaba el brazo a uno para intentar hacerle la inoculación en la vena, el mono, con el otro brazo, me golpeaba la mano y me rompía la jeringa, que en esa época era de vidrio’.
“Finalmente regresó a Argentina convencida de que la solución era la vacuna desarrollada por Jonas Salk. Pero aquí la gente no se quería vacunar. Para convencer a la audiencia, Eugenia Lustig no escatimó esfuerzos: se vacunó en público y lo mismo hizo con sus propios hijos.
“También trabajó intensamente en el estudio de las células cancerígenas hasta que una lamentable ceguera le impidió seguir mirando a través de su preciado microscopio (lo que estudiaba era la degeneración de las células neuronales atacadas por Alzheimer).“Como dije al principio, el arrojo, la vocación incondicional, irrefrenable, han sido el sello de una vida dedicada a la ciencia y a encontrar soluciones para algunas de las peores enfermedades de la humanidad.
“Querida Eugenia, como mujer, como científica y como ciudadana hoy le hacemos este profundo reconocimiento en nombre del Senado y la Nación Argentina.”
También invitamos a hablar a su discípula, la Dra. Elisa Bal de Kiev Joffé, quien brindó su reconocimiento y nos ilustró sobre la personalidad de Eugenia. Estas son algunas de sus impresiones:
“Haciendo mías las palabras expresadas por el Dr. Osvaldo Fustinoni, cuando le entregó a la doctora el Premio Hipócrates 1991, la mayor distinción que un médico argentino puede recibir, “la vida de la Dra. Lustig es la historia de una pasión”. Creo que es la definición más sintética y elocuente de la vida de Eugenia. A lo largo de su vida enfrentó con decisión y superó todo tipo de problemas que podrían haber significado la claudicación en cualquier otra persona. Ninguno de ellos impidió que cumpliera con todos los roles que ella eligió: el de mujer, esposa, madre y abuela, el de docente, el de científica eminente y el de formadora de científicos.
“Su creatividad no ha tenido fronteras y según sus propias palabras: “cuando tiene una idea para investigar siente una especie de fiebre que no la deja dormir”. Trabajó en el laboratorio y en su casa (cuando las obligaciones familiares le dejaban un poco de tiempo). Cada lunes después de leer incansablemente los fines de semana llegaba al laboratorio con ideas y proyectos nuevos y temas de discusión. Y esto que les estoy contando no es historia antigua, sino parte de un pasado muy reciente, ya que la Doctora siguió concurriendo al Roffo hasta el 2004. Y sigue interesada en la ciencia y en el quehacer cotidiano del laboratorio hasta el día de hoy, recién cumplidos los 101 años.
“Cada día, durante muchos años, hemos disfrutado de los almuerzos, en una mesa donde nos reunimos investigadores, becarios, técnicos, administrativos: la charla podía tratar temas científicos, de actualidad o de la vida, y en todos la doctora Eugenia, siempre al día, y con sencillez y modestia increíbles, tenía algo para aportar. Un aspecto que no muchos conocen es que la creatividad de Eugenia no se ha limitado a la ciencia: en los festejos del laboratorio, los cumpleaños o las despedidas era siempre ella quien escribía la mejor dedicatoria, generalmente en forma de poesía, con humor y emotividad. También quiero contarles que era una tradición en el laboratorio festejar el cumpleaños de la doctora comiendo el delicioso turrón de chocolate que nos traía cada año, y que ahora seguimos disfrutando en su casa, cuando desayunamos con ella en el día de su cumpleaños.
(…)
“Para sintetizar el pensamiento filosófico de la Dra. Sacerdote de Lustig frente a la ciencia, me gustaría leerles algunas definiciones, que ella ha expresado a los medios en los últimos años: ‘…La ciencia sirve para reunir a los pueblos, porque los científicos hablamos todos el mismo idioma. Esta unión es mucho más sólida que la globalización obligatoria en que estamos inmersos‘.
“También expresó: ‘La investigación es un proceso sin fin que provoca siempre sorpresas, y nunca se sabe como será su desarrollo futuro. Sin embargo, el peligro de la humanidad no es la sabiduría sino la ignorancia. La ciencia no conduce ni al odio ni al racismo. Es el odio el que recurre a la ciencia para justificar el racismo.’
(…)
“Quisiera terminar esta presentación haciendo mías nuevamente las elocuentes palabras del Dr. Fustinoni:
“‘Señores, este es un resumen de la vasta labor científica y apenas un esbozo de su actuación profesional. Pero dije al principio que su historia es la historia de una pasión. Es que la vida del laboratorio tiene una profundidad y una belleza que sólo sienten y comprenden los que tienen alma de investigadores. Sin esa paz que el hombre de laboratorio adquiere en contacto con la búsqueda de la verdad, la Dra. Lustig no hubiera superado tantos inconvenientes que ha tenido que padecer. Lo suyo ha sido la búsqueda de la verdad sin respiros, sin pausas, sin atenuantes y sin renunciar a su pasión‘.”
Fuente: Sitio web de la Senadora Maria Eugenia Estenssoro 15/11/2011
Eugenia Sacerdote de Lustig's Timeline
1910 |
November 9, 1910
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Turin, Metropolitan City of Turin, Piedmont, Italy
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1947 |
April 27, 1947
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Buenos Aires, Argentina
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2011 |
November 27, 2011
Age 101
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Buenos Aires, Autonomous City of Buenos Aires, Argentina
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